Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

lunes, 16 de julio de 2012

Cueste lo que cueste: "Lucrecia"


Bueno, como ya he dicho en la entrada anterior, hoy os traemos Adol y yo nuestra nueva historia, escrita de forma conjunta por los dos: Cueste lo que cueste. Esta primera parte ha sido escrita por mí, en tercera persona (sí, ya lo sé, algo inusitado en mí XDD) y se  centra en el personaje de la princesa Lucrecia. Debo señalar que la historia se sitúa en un reino ficticio (a lo Juego de tronos), con batalla Norte-Sur incluida. Para más información, podéis consultar la sinopsis:                                             
http://athenea-atenea.blogspot.com.es/2012/07/buenas-noches-gente.html

Me gustaría por otro lado (algo poco usual en mí también) dedicar esta entrada a una persona que, en los últimos días se ha convertido en alguien muy especial para mí. Así pues, le dedico este pequeño pedazo de mi alma a mi Dexter rubio, a mi King in the North, a mi loco adorable. Je t'aime, mon amour. 

Sin más dilación, esperamos que os guste la historia. ¡Un beso!



                                  LUCRECIA
           

Sus quebrados gritos de dolor habían desgarrado la reinante paz nocturna como si de un afilado cuchillo se tratase. La sangre, de un mareante color carmesí, manchaba sus pálidas manos, acentuando su aspecto espectral y demacrado. Tres de los oficiales que formaban parte de la guardia real del príncipe James la agarraban del pelo y los brazos con una vehemencia desmedida, en un vano intento por ahogar sus ponzoñosas maldiciones. La conducían hacia las mazmorras a través del ala oeste del castillo, una zona indeciblemente inhóspita por la que Lucrecia jamás se había atrevido a aventurarse. Su padre tampoco lo habría consentido, de cualquier forma. Aquél no era lugar para una dama de su clase.
           
Aquellos angostos pasillos habían sido construidos ex profeso para que la agonía de los prisioneros del rey se incrementara hasta el punto de hacerse prácticamente insoportable: la oscuridad subrayando la incertidumbre de su futuro, la penetrante humedad de las paredes calándose en sus huesos en forma de hielo líquido que congelaba la sangre en sus venas. Lucrecia clavó los ojos en la estalactita que revestía las paredes, mientras un nudo se le formaba inexorablemente en el estómago. Todos sus sueños, todo por lo que su padre había luchado durante años, les había sido arrebatado de las manos de un plumazo. Una solitaria lágrima rodó por su rostro, fundiéndose con su piel al llegar a la altura de la comisura de sus labios. Había confiado en él, le había dado todo su amor. Y él, a cambio, le había arrancado el corazón con sus sucias pezuñas y lo había resquebrajado en mil pedazos.
           
“No había necesidad de matar a mi padre”. Una mezcla de sentimientos encontrados la sacudió cuando ese pensamiento se formó en su mente. Pero uno de ellos se imponía sobre los demás: un odio profundo  contra el hombre que había destrozado su vida y acabado con la de su padre.
           
¿Cómo había podido estar tan ciega? Lucrecia siempre había sido una muchacha inocente y sin maldad, pero nunca se había considerado a sí misma como una niñita estúpida y fácilmente manipulable. Sin embargo, lo cierto es que ese pérfido sureño la había engatusado con sus refinados modales y su acento melodioso. La había utilizado para llegar hasta su padre y arrebatarle lo que le pertenecía por derecho: el trono del Norte.  

— Cierra la boca de una puta vez, zorra — gruñó contra su oído uno de los guardias, al tiempo que estiraba de su melena azabache con una saña inusitada.      Pero Lucrecia no se amilanó ante aquella amenaza. Por el contrario, gritó con más fuerza, invocando sus poderes y dirigiéndolos contra aquéllos que la estaban privando de su libertad. Fue entonces cuando se dio cuenta de que también se los habían arrebatado.

“¡Por todos lo dioses! Esto no puede estar sucediendo. No puede ser real. Tiene que ser una maldita pesadilla”.

Una pesadilla que había comenzado apenas unas horas antes, cuando los agónicos gritos de su padre la habían arrancado de los dulces brazos de Morfeo. El castillo permanecía envuelto en penumbras, pues a aquellas horas de la madrugada todos sus habitantes estaban sumidos en el más profundo de los sueños. Así pues, se había visto obligada a vagar por los oscuros corredores que precedían los aposentos de su padre con una lámpara de aceite, su menuda figura dibujando difusas formas fantasmagóricas en los muros que los rodeaban.  

Nada malo podría haberle sucedido a su padre, se decía, pues tiempo ha había sido un guerrero sobresaliente en el fragor de la batalla. Sin embargo, aquella frágil convicción se vio reducida a cenizas cuando consiguió por fin penetrar en los aposentos del rey. Cerró los ojos con fuerza ante el recuerdo, en un infructuoso intento por hacer retroceder esa macabra imagen. “No había necesidad de matar a mi padre”, se repetía, como si de una pueril letanía se tratase.

El príncipe sureño se había ensañado, profanando con su vulgar cuchillo de carnicero el cuerpo del que hasta hacia unas horas había sido el soberano legítimo de las tierras del Norte. ¿Acaso no habría tenido suficiente apuñalándolo? ¿Acaso había disfrutado viendo retorcerse en su propia sangre a un pobre anciano indefenso?

Sí, por supuesto que lo había disfrutado. No había ninguna otra explicación posible. Su abuelo había tratado de advertirle a través de sus historias sobre la perfidia que caracterizaba a los señores del sur. De su insaciable sed de poder, de sus instintos sanguinarios, ocultos tras una confeccionada máscara de cordialidad y modales impecables. Y ella había sido tan tonta como para pasar por alto aquellas historias, tildándolas de frívolas e infantiles. Pero de poco servía ahora castigarse con esos funestos reproches. Su abuelo llevaba años muerto, y ahora también lo estaba su padre. Y muy pronto ella les haría compañía en el otro lado.

Las lágrimas ardían en sus ojos, pugnando por escapar, pero ella se obligó a cerrarlos con fuerza, no dispuesta a ver su orgullo pisoteado por aquella femenina debilidad. La sangre del rey aún calentaba sus manos, reavivando en la mente de Lucrecia la imagen de su cuerpo desmadejado, tendido de forma grotesca sobre aquel charco de sangre. La escena había resultado demasiado mareante, hasta el punto de que el mero hecho de respirar se hizo prácticamente insoportable. Aquel penetrante olor metálico se había introducido en sus fosas nasales con una fuerza devastadora, haciéndole perder la conciencia. Se había desmayado sobre su cadáver. Fue así, se recordaba, como había acabado cubierta de sangre. La sangre de su ahora difunto padre, el único objeto material que aún conservaba de él.

La impotencia se mezcló en sus venas con la ira corrosiva que esos sureños malnacidos le inspiraban. Una combinación explosiva, sin duda, si no se sabía cómo canalizarla. El ahogado repiqueteo de las ratas correteando en las celdas de los prisioneros la arrancó súbitamente de sus cavilaciones. Se encontraban ya en las mazmorras de palacio.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado tanto la presentación como esta primera parte de la historia. Muchisima suerte a los dos para continuar la.historia y una enorme enhorabuena para Athenea xq esta parte le ha salido genial, me ha gustado mucho la idea y la traición. Estoy deseando seguir leyendo. Un abrazo enorme jejeje

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  2. Vaya, ha estado mucho mejor de lo que parecia al principio, la rabia, angustia y el coraje por la muerte de su padre era a un principio real, muy real y eso me ha gustado muchísimo. Me alegro de que os este saliendo tan bien la historia, aunque solo lleváis dos capitulos.

    Un besazo, me voy a leer el siguiente.

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  3. Uffff... hacía mucho que tenía esto pendiente, pero no me ha dado el tiempo ni la disponibilidad para leerlo y comentarlo.

    Me ha gustado mucho. El desarrollo de los sucesos, la angustia, mezclado con la furia y la desesperación, lo expresas muy bien. Eso sí, al morirse el rey con tanta sangre me ha dado un poco de repelús, jajaja.
    En resumidas cuentas, el principio viene pisando fuerte.
    Enhorabuena a los dos. :)

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